5. Barcelona. Evacuación a la URSS
CARMEN DE LOS LLANOS:
Es mejor no echar raíces donde resides temporalmente.
“¡Adiós, Valencia! ¡Adiós, tía Isabel! ” Acabábamos de “acomodarnos” (“calenticos”) en casa de nuestra joven tía y de hacer nuevas amistades, cuando nuestro padre nos mandó a Barcelona. El Gobierno de la República ya tenía la sede allí.
La tía Rubia- llegó enseguida de Madrid para cuidarnos, y con ella un matrimonio amigo de actores, cuya casa había sido bombardeada. Una semana después aparecieron otros dos vecinos de Madrid: mi amigo Lentejilla y su abuela. No recuerdo su nombre, solo ese apodo de legumbre anodina. Para Lentejilla, huérfano y procedente de Asturias, ésa no era la primera vez que dejaba el hogar. Su madre había muerto dando a luz. En octubre de 1934, cuando se reprimió la revolución asturiana, miembros de la Guardia Civil fusilaron a su abuelo, que era maestro, y prendieron fuego a la escuela. El padre, también anarquista, fue arrestado, golpeado y murió en el hospital de la prisión. Con la ayuda de unos amigos de su padre, Lentejilla y la abuela se trasladaron a Madrid. Y ahora llegaban a Barcelona, a pesar de que Cataluña también estaba siendo bombardeada …
A decir verdad, aunque nuestra casa en la ladera del Tibidabo era muy buena, a mi no acababa de gustarme. Estaba construida en medio de un maravilloso jardín, que un cuidador atendía por semana. Papá le pagaba de su propio bolsillo. Las autoridades nos habían adjudicado provisionalmente la casa. (Hasta ahora, solo había conocido un local requisado: el palacio madrileño de los duques de Fernán Núñez, en el cruce de nuestra calle de San Cosme y Damián, en la parte alta, con la calle de Santa Isabel. El magnífico edificio, abandonado por los propietarios con el inicio de la guerra, fue ocupado por la CNT y las Juventudes Socialistas Unificadas.) Cuando estalló la guerra, los duques no estaban residiendo en el palacio, que tras la ocupación fue convertido en “espacio de debate”.
No nos gustaba vivir entre muebles ajenos, los retratos de extraños nos miraban desde las paredes. Al poco, apareció un hombre con el encargo de llevarse los objetos de valor. Empaquetó numerosos cuadros y fotografías. Nos agradeció el mantener la vivienda en excelentes condiciones y dijo que no nos preocupáramos por el salario del jardinero; al parecer, los propietarios continuaban pagándole su trabajo. Ellos, como otros vecinos de la próspera zona de Pedralbes, abandonaron sus hogares con el comienzo de la guerra. Y como en las proximidades se instaló un sistema soviético de defensa antiaérea, el área permanecía relativamente tranquila.
También se dijo que los propietarios de las casas de Pedralbes, personas muy influyentes, al salir de Barcelona contactaron directamente con los comandantes de la aviación italiana y la legión Cóndor, con el objetivo de evitar ataques aéreos sobre la zona.
¡Bombardearon Barcelona sin piedad! Las sirenas aullaban constantemente. Aviones italianos y alemanes aparecían como nubes, y cuando la defensa antiaérea respondía al ataque, aquellos bandidos soltaban sus bombas en cualquier parte.
De nuevo, como en Madrid, conseguir comida se convirtió en un problema. La tía Rubia y yo hacíamos colas durante horas, pero apenas conseguíamos carne, huevos o leche para casa. La tuberculosis ósea de mi hermano Carlos empeoró. Le pusieron un corsé de yeso especial, dejó de ir a la escuela y se quedaba en casa, leyendo o dibujando. Tenía a su disposición la maravillosa biblioteca de los dueños.
Una vez le hice un bocadillo a Carlos, que estaba en cama, cuando apareció Lentejilla en la puerta. Lo invité a entrar, me ofrecí a hacerle un sándwich también a él y, cuando regresé, lo encontré inmerso en un atlas de la biblioteca ricamente ilustrado. Tras un suspiro, Lentejilla cerró el libro con cuidado, dio las gracias y se fue diciendo: “Le daré la mitad a mi abuela …”
Recuerdo un escándalo: el ordenanza de mi padre trajo un enorme trozo de carne, “requisado” por él en alguna tienda. Desafortunadamente, papá acababa de entrar a la cocina, lo que rara vez sucedía. (En general, media hora después de la cena, nuestro padre no recordaba qué le habían puesto. Mientras comía, permanecía inmerso en sus pensamientos o discutía ferozmente con los compañeros de mesa. Mis hermanos me contaron que papá conservó esa “cualidad” hasta el final de su vida…) Al ver aquel trozo de carne, papá se sorprendió y preguntó de dónde procedía tal abundancia. La tía Rubia no sabía mentir. Furioso, el padre exigió envolver inmediatamente la pieza de carne, llevarla a la tienda y pedir un recibo por la devolución de lo robado…
A partir de entonces, el ordenanza y el conductor colocaban discretamente la comida bajo el asiento trasero del coche, cuando volvían de la ciudad. ¡Nos salvaron del hambre!
… Lentejilla, delgado y no muy agraciado, poseía sin embargo la capacidad de captar la atención del interlocutor. Estaba profundamente interesado en la fauna, sabía mucho sobre animales y podía hablar de ellos durante horas. En general, parecía alejado de las preocupaciones cotidianas, como si hubiera llegado a la Tierra procedente de otro planeta. Recuerdo que, en otoño de 1936, en Madrid todo el mundo discutía apasionadamente el avance rebelde sobre la capital. En eso llega Lentejilla y dice: “El golpe de estado será aplastado. Ganaremos la guerra. ¡Pero la gente no podrá devolver el tigre de Tasmania a la naturaleza!” Para nuestra sorpresa, mostró un recorte de periódico, de principios de septiembre: “En el zoológico de Hobart (capital de Tasmania) fallece Benjamín, el último tigre de Tasmania o tilacino”. Ahora pienso que aquel asturiano huérfano pudo haberse convertido en un biólogo de fama, o en un experto en protección del medio ambiente … Debería comprobarlo en las hemerotecas o en Internet pero… ¡no se su nombre ni sus apellidos!
Vivíamos en una atmósfera de discusiones encarnizadas y desacuerdo político. Nuestro padre, socialista desde joven, insistía en que la República tenía que defender la democracia, derrotando al fascismo primero, y abordar las reformas sociales después. Era un defensor incansable de la unidad antifascista. Tenía amigos entre socialistas, comunistas, anarquistas… En lo esencial estaban de acuerdo: eran imprescindibles la disciplina y el fortalecimiento del ejército popular.
… Octubre de 1938 no se borrará de mi memoria.
El 28 de octubre era viernes. Mis amigas y yo habíamos quedado de acuerdo el día antes en ir a despedir a los soldados de las Brigadas Internacionales. Aquel día, brigadistas franceses, italianos, alemanes, rusos, polacos, húngaros, británicos, estadounidenses -antifascistas de todo el mundo- caminaron por la Avenida Diagonal sin armas, y miles de personas los colmaron de flores y los vitorearon con palabras de amor y gratitud. Nosotras entregamos las flores a la unidad irlandesa; por la mañana, la tía Rubia había estado cortando crisantemos blancos en el jardín.
… Con el sobrevuelo de los Junkers, podían sincronizarse los relojes: todas las noches a las 22 en punto, los pilotos alemanes empezaban a soltar bombas sobre Barcelona [1].
Una noche, durante el bombardeo, mi padre vino a recogernos y nos llevó a una dependencia, donde nos fotografiaron y nos entregaron tarjetas personales de registro. De camino a casa, papá anunció que en dos semanas saldríamos hacia la Unión Soviética. Sabíamos que niños asturianos y vascos ya vivían y estudiaban allí, en internados abiertos expresamente para ellos. Las clases se impartían en español. Papá dijo: se trata de una medida temporal, por supuesto. Cuando hayamos ganado, la República repatriará inmediatamente a sus niños de todas partes: de México, Inglaterra, Bélgica, la URSS …
Papá regresó a la ciudad. Entré a la habitación de mis hermanos para desearles buenas noches, como lo había hecho durante los últimos meses.
Nadie durmió esa noche. La noticia era abrumadora. Una cosa es escuchar las historias de quienes habían estado en la URSS, y volvían con fotos de niños sonrientes; o ver por tercera vez en el Cine Goya “Los marinos de Kronstadt”, para aplaudir a los heroicos marineros rusos… y otra es salir de España en un momento tan difícil. Dejar atrás a tu familia, amigos y amigas, a todos los seres importantes y queridos…
Nadie quería irse.
… Noviembre es un mes especial en mi familia. Excepto mi padre y yo, todos los demás nacieron en noviembre: mamá el 15, Carlos el 12, Virgilio el 3. Y así llega la madrugada del 25 de noviembre de 1938, cuando tres autobuses se llevan a 250 niños de Barcelona. Tengo catorce años; conmigo viajan mis hermanos de once y trece. Yo soy la mayor y la responsable. Mucha gente viene a despedir a todo el grupo. Algunos lloran. La tía Rubia me susurra con labios temblorosos: “Cuidado con Carlitos, revisa el corsé. Tal vez en Rusia, los médicos sepan tratar a este niño… “
Guardamos silencio en el autobús. Vamos hacia la frontera con Francia. Llevamos maletas pequeñas. En el camino, varias veces nos vemos obligados a bajar de los autobuses para refugiarnos en las cunetas; los aviones fascistas sobrevuelan la zona. Estamos cansados, hambrientos y con mucha sed.
Portbou, últimos metros sobre el suelo de la patria. El joven guardia de la frontera levanta el puño en señal de despedida: ¡Buen viaje! Tiene un rifle en la otra mano. Los gendarmes franceses preguntan si llevamos oro.
En Cerbère, Francia, esperan los representantes soviéticos. Nos invitan a un gran almuerzo en el restaurante de la estación. ¿Brownies de chocolate? Hemos olvidado el sabor… Nos llevan a París en un tren nocturno, pero muy pocos dormimos. Estamos en una especie de shock. La situación aquí es completamente diferente a la que dejamos atrás. Se respira bienestar, las sirenas no se escuchan, no hay casas en ruinas, los transeúntes no tienen prisa, paseando. Se ven escaparates relucientes y gente bien vestida en las terrazas. Todo es como hace poco en España. En un restaurante cerca de la Torre Eiffel, nos ofrecen otra gran comida.
Me gusta este ambiente de paz. La ansiedad se va de mi, pero siento una especie de injusticia. Tomamos al tren París – El Havre, cuyas ventanas ovaladas anticipan los ojos de buey de un barco oceánico. Estoy tan cansada que me quedo dormida al instante.
***
A las Brigadas Internacionales
Rafael Alberti
Venís desde muy lejos… Mas esta lejanía
¿qué es para vuestra sangre que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día,
no importa en qué ciudades, campos o carreteras.
De este país, del otro, del grande, del pequeño,
del que apenas si al mapa da un color desvaído,
con las mismas raíces que tiene un mismo sueño,
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera ni el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis seguros,
a tiros con la muerte vestida de batalla.
Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas partículas de la luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude: ¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.
Madrid, diciembre de 1936.
***
HABLAN LOS TESTIGOS
Miguel Barriendos Barriendos:
“A partir de entonces todo fueron calamidades y miedo; miedo, mucho miedo… Se racionaron los alimentos; tuvimos por ejemplo que sufrir largas colas para conseguir la ración de pan padeciendo con frecuencia el rigor del frío invernal o la pertinaz lluvia que nos empapaba de pies a cabeza. No pocas noches, al oír la sirena que anunciaba que estaban cerca los aviones enemigos con su mortífera carga (los cuales sin compasión destrozaban lo que encontraban a su paso), me levantaban de la cama y, todos medio dormidos, corríamos al refugio que habían construido a toda prisa en un solar vecino para resguardar a los ciudadanos del fuego enemigo o amigo, según el caso. Sin importar la ideología, todos corríamos a los refugios”.
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[1] Los aviones de transporte de tropas jugaron un papel importante en las primeras etapas del golpe de estado franquista. Según Hitler, “Franco debe erigir un monumento a Yu 52. A este avión debe la victoria sobre la revolución en España”. En 1936-1939 el Ju 52 modernizado de la resucitada Luftwaffe participó en la guerra civil (como parte de la Legión Cóndor). Los españoles le dieron al avión el apodo de “Pava”.
Carmen
Memoria de Carmen de los Llanos Mas (1924 – 2020)
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