3. La infancia

“El tiempo no es más que el espacio entre nuestros recuerdos.”

Henri-Frédéric Amiel

 

 

CARMEN DE LOS LIANOS:

Recuerdo mi infancia como un tiempo feliz.

¿Qué recuerdo?

Estoy bordando punto de cruz en el bastidor, la abuela se inclina y lleva el dedo a los labios: ¡silencio! Quedo callada, lo sé, mi madre está dormida, llegó del teatro por la mañana.

La ventana está entreabierta, abajo se oyen pasos de transeúntes, retazos de conversación. Y de repente, ¡oh Señor!, empieza a sonar la campana de San Lorenzo. Desde la iglesia, llega un aroma de incienso que inunda la casa. A través de los barrotes del balcón, abajo, veo la estrecha calle adoquinada de San Cosme y Damián [1]. En la segunda planta de un edificio que hoy sigue allí, mis padres alquilaron un enorme apartamento que hacía esquina, con cuatro balcones. Se podía andar en bicicleta por él.

La casa olía constantemente a café y cigarros de mi padre. Se hacía café para los numerosos tíos y tías, amigos y compañeros de teatro de nuestros padres. He de decir que, excepto el café, la comida a menudo escaseaba. Esperábamos los sobres de nuestros padres, desde alguna gira suya lejana, en cuyo interior, envueltos en papel de aluminio para que no se vieran, venían billetes. Los sobres traían sellos exóticos. Cuando el cartero pasaba de largo por nuestra casa, lo pasábamos muy mal.

Vivíamos con mi abuela Concha, la madre de mi madre, una maravillosa mujer dedicada a la familia que enviudó antes de tiempo. Su propia madre, mi bisabuela Pascuala, también vivió con nosotros durante un corto tiempo.

La familia era numerosa, la casa era animada y estaba llena de gente. Mis padres siempre viajaban y, en su ausencia, nuestras abuelas y tías se ocupaban de mis hermanos y de mí. Tenían que ingeniárselas para alimentarnos.

Cuando estaban en Madrid, mis padres desaparecían en el teatro. En cierta ocasión, ya de mayor, le pregunté a mi madre: ¿me sacaste alguna vez  a pasear de la mano? Porque no recuerdo tal momento. El pasado en imágenes brilló en los ojos de mi madre, claramente se buscaba a sí misma y a mí en el papel de madre e hija. Y aunque su memoria -¡la memoria de una actriz profesiona!- no falló hasta el final, el intento resultó infructuoso. Ni siquiera recuerdo a mi madre en las tareas cotidianas …

Cuando actuaba de noche, al día siguiente solía dormir hasta mediodía. Actores y admiradores alternaban a diario hasta altas horas. En el café, los rostros nadaban en el humo de puros y cigarrillos; parece ser que entonces todos fumaban. Sin embargo, mi madre no. Siempre recuerdo a mi madre hermosa, glamurosamente peinada, con pintura de labios brillante y manicura a juego. Hasta los últimos días de su vida, acudía al salón de belleza todas las semanas.

Cuando era una jovencísima actriz, mi madre se casó, nos dio a luz a los tres y después se dedicó por completo al teatro … (Ahora en Wikipedia, Francisca – Paquita Mas– tiene una gran página dedicada a su papel en el teatro y en el cine. Mi madre se hizo famosa, principalmente, en los años 60 y 70 de la televisión argentina; allí quedó atrapada desde la guerra civil, en el verano de 1936).

Mamá trabajaba en una de las mejores compañías de España, el grupo de Lola Membrives. Conservo una foto: Lola, mi madre, y con ellas, el célebre dramaturgo Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura.

Mi padre trabajaba como apuntador en la compañía, pero se dedicaba principalmente a la actividad sindical y política. A principios de la década de los 20, se afilió al Partido Socialista Obrero Español, el PSOE, y fué uno de los organizadores del Sindicato del Espectáculo dentro de la UGT. Conservamos su carnet con el número 1. Figuras destacadas del cine y el teatro en la España actual son miembros de ese sindicato.

… El Madrid de mi infancia era muy tradicional, las lámparas de gas se encendían en la calle por la noche. Por la mañana, los vendedores ambulantes cantaban desafinando, alabando las mercancías. El frutero era nuestro favorito: tiraba de su carro un burro precioso, ¡y nos dejaba llevarlo de las riendas y acariciarlo!

Los primeros trece años de mi vida discurrieron en la capital, aunque nací en Alcoy y me bautizaron en Elche, provincia de Alicante. En aquellos años, los hijos de actrices y actores solían nacer en algún lugar de la gira. Un año después de mi, nació mi hermano Virgilio en Málaga, y lo bautizaron en Cádiz. Tan solo Carlitos, el más joven, es de Madrid. Se bautizó en la iglesia de San Lorenzo, la más cercana a casa …

Nuestro barrio, Lavapiés, era uno de los más típicos de Madrid. Vivían en él las “majas y majos”, los “manolos”. Cerca, se encontraba la famosa Fábrica de Tabacos, donde trabajaba nuestra alta y esbelta tía Elvira, una persona encantadora y de lengua afilada, típica cigarrera. Vivía de alquiler en un apartamento justo encima del nuestro. Por las tardes, Elvira trabajaba de camarera en el Café Barbieri. Allí, entre el humo de tabaco, pasaban las noches de tertulia hasta la madrugada, políticos, periodistas y escritores. La tía se deslizaba con agilidad entre las mesas, reflejándose en los espejos, con la musa Erato y su arpa reinando desde la luna central.

Elvira era en realidad la hermana menor de mi abuelo materno, es decir, una tía abuela, pero se diferenciaba de las otras por su juventud y determinación. Ella nos adoraba a mis hermanos y a mí, y no soportaba al sacristán de la iglesia de San Lorenzo, siempre dedicado a la persecución de los niños, azotándolos con una vara en sus piernas desnudas mientras saltaban la verja. Hasta que un día se le acabó la paciencia. Al ver a los muchachos con las piernas llenas de marcas, Elvira fue a la taberna en la que estaba el sacristán, cogió la botella de vino de la mesa y la virtió sobre su calva. La gente de alrededor aplaudió vitoreando: “¡Bravo, Elvira!” La tía advirtió que, a la próxima, le rompería la botella en la cabeza…

A pesar de que yo era muy paciente, mis hermanos a veces me ponían de los nervios. No se me olvidará la hora entera que estuve de pie, atada a la cama: yo era el caballo, y mis hermanos los vaqueros e indios …

Nuestra familia era atípica. Creo que nos consideraban bohemios. Por ambas líneas teníamos actores y actrices. Recuerdo a mi tía Carmen, en la pantalla de cine, trabajando en “El Señorito Octavio” (J. Mihura, 1950). El hermano menor de mi padre, el tío Laureano, se casó con la joven actriz Lola Lemos. Lola pertenecía a un conocido linaje teatral y, ya en los 90, redobló su fama por el papel de abuela cariñosa y pelo cano en una serie de televisión.

En la planta baja del edificio, había una escuela particular donde estudiaban mis hermanos. Su profesor era don Félix, un hombre estricto hasta la crueldad. Yo estudiaba en la segunda planta, con las niñas, donde daba clase su esposa, doña Ramona. Guadalupe, hija de la pareja de profesores, tocaba el arpa; la pude escuchar durante horas mientras ensayaba. Desde entonces me encanta la música clásica …

Mi amor por la artesanía también se originó en la infancia.

Cuando mi abuela me daba permiso, me sentaba en una silla afuera, junto a las vecinas de la casa de enfrente, y bordaba o tejía. No tenían luz eléctrica, así que ponían las sillas al sol. Se cubrían la cabeza con pañuelos de cuatro nudos.

Nuestros padres eran muy diferentes.

Papá, apasionado de la política, creía en la posibilidad de instaurar la justicia social aquí y ahora. Era honesto, incluso un asceta en lo personal (excepto para los puros), honesto hasta el límite de herir a algunas personas… No cambió jamás, y así lo recuerdan sus amigos y compañeros. Hay muchas referencias sobre mi padre en la literatura de la guerra civil. Evitaba los cargos y odiaba a los arribistas. La familia de la que procedía era conocida en Almería (Andalucía) por su larga tradición progresista.

Su abuelo, Laureano de los Llanos, encabezó en su época el moderado Partido Liberal y fue elegido cinco veces a Cortes, el parlamento español (1836, 1841, 1842, 1854 y 1859). El conocido escritor Benito Pérez Galdós creó una vívida imagen de mi abuelo paterno (que también se llamaba Virgilio) como periodista y polemista en sus “Episodios Nacionales”. Por su trabajo como apuntador de teatro desde muy joven, papá conocía los textos de todos los autores cuyas obras se representaban en España o en el extranjero; leía muchísimo desde muy pequeño. Dotado de una memoria excelente, logró un alto nivel de autoformación, afinado en mil debates con otros, tan jóvenes como él, brillantes periodistas.

Mamá vivía lejos de la política, su alma pertenecía por completo al teatro. Además, ella era creyente. Papá despreciaba el mundo clerical, aunque no interfirió en nuestras creencias. No había lugar para la religión en su espacio vital.

… ¿Cómo habría sido mi destino si la guerra no hubiera comenzado en julio de 1936? Supongo que también me fascinaría el teatro. Cantaba, bailaba, recitaba poemas, pues conocía un montón… y componía yo misma. Actuaba delante de mis amigos.

Incluso tuve un “admirador”. Como su padre trabajaba en un banco, mi admirador podía permitirse el lujo de invitar a su novia a un helado. Era generoso. Al terminar sus estudios, pensaba convertirse en oficial de Marina; y me contó que a la virgen de mi nombre, la del Carmen, los marineros la llamaban Stella Maris, “Estrella de los mares”.

El muchacho se plantaba en la otra acera, frente a nuestras ventanas y, como Tarzán, me llamaba a dar un paseo. Un día, la tía Elvira le tiró un balde de agua encima. “¿Sabe siquiera nadar?” preguntó irónicamente. Pero no logró ahuyentar a Tarzán.

Recuerdo: caminamos juntos a ver la estación de metro, que está a punto de abrirse, charlando, tomando un helado. La ciudad arde de calor. Durante el asedio de Madrid, la estación de “Lavapiés” no cerraba ni de día ni de noche: era utilizada como refugio antiaéreo.

… El 16 de julio de 1936 celebramos mi santo en un nuevo lugar de residencia, de la zona de Cuatro Caminos. Eran las Fiestas del Carmen, doblaban las campanas, mis padres no estaban en Madrid, como de costumbre.

El 18 de julio se produjo el golpe de estado …

El 20 de julio, Elvira llamó: la iglesia de San Lorenzo está en llamas.

El templo de mi primera comunión permaneció envuelto en humo durante varios días. Quemó hasta los cimientos y quedó reducido a cenizas.

______________

[1] Cosme y Damián fueron dos hermanos médicos cristianos, célebres por su habilidad en el ejercicio de la profesión y por su costumbre de prestar servicios desinteresadamente. Los dos hermanos fueron torturados, quemados vivos y, como sobrevivieron, fueron decapitados por orden de Diocleciano hacia el año 300 d. C.

Carmen

Memoria de Carmen de los Llanos Mas (1924 – 2020)

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